El 11 de abril de 1970, a las 13 horas y 13 minutos hora del Centro de Control de la Misión. MSC en Houston (dato para los supersticiosos), despegó desde Cabo Cañaveral el Apollo XIII, con tres estadounidenses que se hicieron a la mar cósmica rumbo a la Luna. Los hombres se llamaban Jim Lovell (Comandante), Fred Haise (Piloto del Módulo Lunar. LM), y Jack Swiggert (Piloto del Módulo de Mando y Servicio. CSM), que en el ambicioso Programa Apollo de la NASA, acometieron el tercer reto de que los dos primeros caminaran sobre su superficie. Cuando despegaron de Cabo Kennedy ignoraban que su misión iba ser sin duda la más sobrecogedora de la historia de la exploración espacial, tras el histórico “pequeño paso” de Neil Armstrong el 20 de julio de 1969, con el Apollo XI.
Un ciclópeo cohete Saturno V, de 110 metros de altura, albergaba en su interior dos complejísimas naves o módulos, el módulo de mando (CM) de nombre Odyssey (Odisea), que les había de llevar a los tres hombres a la Luna, y traerlos después de vuelta a casa, y la otra nave, fea como ella sola, era el módulo lunar (LM) llamado Aquarius (Acuario).
Pero antes de seguir adelante, aviso al lector de que esta no es una narración más sobre aquel episodio astronáutico que sacó a los medios de prensa de su letargo e indolencia al ventear la tragedia de seres humanos en los arrabales de nuestro satélite. Y digo que no es una narración más porque es “mi” narración muy abreviada, apuntalada con mis vivencias personales como participante humilde -aunque en primera línea- en aquella odisea espacial desde las estaciones de seguimiento espacial que la NASA había instalado en las localidades de Fresnedillas de la Oliva y Robledo de Chavela, ambas en la provincia de Madrid.
Desde que el llamado Programa Apollo echó a andar en 1961, se impuso la creación de una red de seguimiento y control terrestre nueva y específica que, además de cubrir casi toda la superficie del globo, tuviera al menos tres grandes antenas parabólicas de 26 metros de diámetro, con capacidad para apuntar a cualquier rincón de la bóveda celeste, y procesar debidamente la avalancha de datos que llegarían de la Luna a la Estación para ser retransmitidas acto seguido a Houston (MSC). Las elegidas fueron Goldstone en California, el tándem Fresnedillas-Robledo en Madrid, y Honeysuckle en Australia.
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