Casi en los confines del sistema solar, a 6.000 millones de kilómetros del Sol, orbitan el planeta enano Plutón y sus lunas, la mayor de las cuales, con mucho, es Caronte.
Plutón siempre fue el miembro más extraño del sistema solar, un hermano menor excéntrico y díscolo: lejano, pequeño, extremadamente frío y con una órbita desgarbada, parecía el renegado de la familia. Sin embargo, mantuvo su estatus planetario durante 76 años. Quizá durante demasiado tiempo.
Pero, como sabemos, tras la reunión de los representantes de la UAI (Unión Astronómica Internacional), en Praga en 2006, se acordó que Plutón ya no debía ser un planeta. Pese a ese cambio de estatus, o quizá a causa de él, Plutón siguió atrayendo a los científicos, ya que era un mundo al que ninguna sonda había llegado todavía.
Plutón es realmente un cuerpo pequeño: tiene un diámetro de solo 2.375 kilómetros, una quinta parte del terrestre. Representa el mayor miembro (por el momento) de un anillo de objetos helados pertenecientes a lo que se denomina el Cinturón de Kuiper, y dada su distancia, unas cuarenta veces más lejano del Sol que la Tierra, es muy frío (con temperaturas habituales de -230ºC). Su atmósfera es tenue, dominada por el nitrógeno.
Hasta hace unos años, incluso a través de las ópticas reparadas del Telescopio Espacial Hubble (HST), apenas podía apreciarse nada más que un diminuto rostro manchado y salpicado de luces y sombras. Fue necesario esperar a la sonda New Horizons, lanzada en 2006 (el mismo año que Plutón era “rebajado” a planeta enano), para tras que un viaje de casi una década (llegó el 14 de julio de 2015), sobrevolara a toda velocidad al pequeño mundo y sus lunas y permitiera contemplar, por primera vez, cómo eran sus rostros. El encuentro fue espectacular y supuso una memorable etapa en la historia de la exploración interplanetaria.
Lo que la New Horizons envió a la Tierra iba a cambiar por completo el conocimiento que se tenía de Plutón y sus lunas. Las primeras tomas del planeta enano ya daban a entender que poseía una superficie diversa, llena de contrastes, con claras marcas de una compleja historia pasada. Con las sucesivas imágenes se reveló que había regiones con terrenos aparentemente llanos, otros más abruptos, zonas de color oscuro, otras más claras, cráteres de impacto a lo largo de casi toda la superficie, grandes extensiones compuestas de nitrógeno congelado, montañas de hielo de agua, dunas, glaciares, terrenos con formaciones extrañas… Plutón no era, por tanto, un mundo monocromático y de semblante uniforme, sino todo lo contrario.
Tampoco defraudó en absoluto su luna principal, Caronte. Aunque Plutón posee otras cuatro lunas, todas ellas son diminutas y con una masa miles de veces inferior a la de Caronte. En realidad, todo apunta a que son los restos o escombros que salieron despedidos tras un gran impacto y que la gravedad de Plutón permitió conservar a su alrededor.
Teniendo en cuenta el tamaño de Plutón, Caronte es una luna extraordinariamente grande: es la mayor luna en relación al planeta que orbita, con mucha diferencia, por lo que casi cabe hablar de un mundo doble (figura 1), como comentaremos a continuación. De Caronte aún se sabía menos que de Plutón, pero la New Horizons ha constatado que es igual de fascinante que su compañero mayor, y ambos comparten algunas características.
Anteriormente, como sucedía con Plutón, todo lo más que se conocía eran los datos físicos básicos revelados gracias a estudios desde la Tierra, y a ciertos y groseros “mapas” superficiales obtenidos por el método de las observaciones estelares. En ellos, como mucho podían advertirte en la luna algunas “regiones” de distinta reflectividad, lo que indicaba quizá una composición diferente, pero era muy difícil aventurarse más allá, porque se carecía de datos y observaciones más precisas.
Suscríbete gratis a METEORITOS
Para acceder a todo el contenido del artículo.