En el año 1986 comenzó la fiebre de los meteoritos en Sahara. Pero no fue algo que alguien buscara a conciencia, ni algo que fuera planeado por alguna universidad. Fue algo accidental, y dio origen a un boom en las décadas posteriores que culminaría en nuestros días con un horizonte prometedor y que para nada se imaginaban entonces que ocurriría.
Entre 1986 y 1987, un equipo alemán que instalaba estaciones sísmicas para la exploración de mantos petrolíferos descubrió 65 meteoritos en una planicie del desierto a cerca de 100 km al sureste de Dirj (Daraj), Libia. Este fue el primer indicio de que un vasto número de meteoritos podían ser encontrados en ciertas partes del Sahara. Unos años más tarde, un ingeniero anónimo que era un fanático del desierto observó algunas fotografías de meteoritos encontradas en la Antártida, y recordó haber observado rocas similares en zonas que había recorrido al norte de África. En 1989, regresó a Argelia y recobró cerca de 100 meteoritos de al menos 5 localidades. En los siguientes 4 años, él y otros seguidores encontraron por lo menos 400 meteoritos más en las mismas localizaciones, y en algunas nuevas áreas en Argelia y Libia. Los lugares donde encontraron los meteoritos eran en zonas conocidas como regs (desiertos) o hamadas, que son áreas planas cubiertas tan sólo por guijarros y pequeñas cantidades de arena. En estos lugares, los meteoritos oscuros pueden ser avistados fácilmente, donde se han preservado muy bien debido al clima árido.
Con estas palabras, extraídas de mi libro “Meteoritos en el Sáhara” (disponible en venta a través de GEO COLECCIÓN relatamos el inicio de aquella fiebre que en los años posteriores iría creciendo cada vez más, hasta el punto de llegar a mover millones de dólares y abocar a los gobiernos de algunos países a emitir restricciones al comercio y la exportación de los mismos. Tal patrimonio nacional no puede ser fruto de expolios, al menos, sin dar algún beneficio al gobierno de turno.
Pero junto al florecimiento de este despertar de los meteoritos, aparecieron los primeros laboratorios universitarios donde formar expertos en ciencias planetarias y abordar el análisis, estudio y clasificación de los meteoritos, que bien temprano se convirtieron en objetos de especial interés para museos y coleccionistas de todo el mundo. Por supuesto también lo eran de comerciantes y brokers que aprovechaban la ocasión para embolsarse unos dólares tratando como mediadores.
Estados Unidos fue, quizás, una de las primeras naciones en instaurar protocolos para el tratamiento de los meteoritos, condiciones para la regulación, análisis, aprobación y reconocimiento oficial de los mismos, inscripción en una base de datos internacional, y por supuesto, para proveer a la ciencia de fragmentos de investigación. Son los llamados “type specimens” o especímenes tipo, de los que más adelante hablaremos.
Tras Estados Unidos, Europa, Rusia, y muchos otros continentes y países se fueron especializando a medida que sus mercados se abrían a los meteoritos, y se fueron estableciendo laboratorios y acuerdos entre instituciones y profesionales. Después de todo, todos parecían remar en la misma dirección; la investigación.
Campañas norteamericanas y japonesas al continente Antártico también se han convertido en fuentes de meteoritos que mostraban grados de conservación sorprendentes ya que habían quedado congelados, y de las más variadas tipologías. Tantas que incluso algunas de ellas aún no estaban establecidas como tales cuando se recuperaron algunos de sus más significativos hallazgos en los hielos polares. Así fue con los meteoritos lunares, entre los que destacan el primer meteorito lunar (Yamato 791197) que fue hallado en el transcurso de la 20ª expedición antártica japonesa en noviembre de 1979. Debido a su apariencia muy similar a las condritas, estuvo durante largo tiempo sin ser examinado, por lo que se considera que el primer meteorito lunar identificado es ALHA 81005, hallado en la Antártida en 1982.
No podemos olvidar otro célebre meteorito, el famoso ALHA 84001, primera y única ortopiroxenita identificada procedente del planeta Marte, y sobre la que se han sucedido miles de análisis, algunos de los cuales llevaron al mismo presidente de los Estados Unidos a declarar en rueda de prensa oficial haber hallado restos fósiles marcianos en el mismo.
En cierto modo podemos decir que los hallazgos de meteoritos antárticos han contribuido al repositorio de astromateriales con una contundencia sorprendente, tanto así que los especímenes de estas expediciones científicas son total y absolutamente para uso científico. Rara vez se ven pequeñas porciones como partes de coleccionistas privados.
Gracias a los repositorios se ha incrementado el conocimiento de nuestro entorno interplanetario, cómo se formó, cómo evolucionó, qué vecinos cósmicos nos rodean y comparten nuestro sistema.
Pero por otra parte está el interés coleccionístico y comercial de los meteoritos, que en el mundo actualmente mueve millones de dólares en transacciones comerciales de ejemplares y por supuesto, en solicitudes de análisis de muestras recuperadas.
Y es que el laboratorio se ha convertido en el aliado necesario de coleccionistas y comerciantes, sobre todo porque, dejando de lado las consabidas condritas, fácilmente reconocibles con un mínimo de conocimientos, cada vez son más los meteoritos raros e impensables que se están descubriendo, y Sahara, por ejemplo, se ha convertido en un almacén próspero y casi infinito de meteoritos de tipos aún desconocidos.
Tanto es así que algunas de las últimas piezas descubiertas han alcanzado valores astronómicos en el mercado, principalmente por ser piezas anómalas e inagrupadas que jamás se pensaría que podían proceder de algún remoto lugar del sistema solar, y ahí están, identificadas gracias a los análisis llevados a cabo en las mismas.
Evidentemente, aunque existe un protocolo dictado de recomendaciones por el Comité de Nomenclatura para la aceptación de un meteorito en las bases oficiales, cada laboratorio a su vez establecerá también su parte en cuanto al trabajo que realizará con las muestras. Así es también en el laboratorio ADARA METEORITES LAB, donde les cuento cómo es un día normal.
Nuestro laboratorio se inauguró en 2016 como una necesidad a la conservación de los meteoritos de la colección del Museo Canario de Meteoritos. El creciente número de especímenes en las vitrinas conllevaba la necesidad de vigilancia de su conservación, y con un equipamiento mínimo, pero adecuado, arrancó el laboratorio. Con los años ha ido creciendo y especializándose hasta el punto de establecer protocolos específicos.
En este laboratorio se trabaja la petrografía de astromateriales, la curación y conservación de los mismos, y la tramitación de clasificación oficial de nuevos hallazgos. En esta labor se cuenta no solo con los medios propios, sino con importantes acuerdos de colaboración con laboratorios universitarios y expertos en geociencias de manera que se cubre tanto el campo de la elaboración de muestras de análisis, como la petrografía, la geoquímica, la conservación y certificación de meteoritos, incluso la clasificación oficial de los mismos.
El laboratorio es pequeño, es un laboratorio privado, donde diariamente están llegando muestras enviadas desde los más diversos lugares del mundo, principalmente de África. La labor con las muestras es muy meticulosa, ya que todas han de pasar previamente a su preparación, por un proceso de esterilización a través de ultravioleta y ozono, y posteriormente serán documentadas fotográficamente y pesadas.
Una vez terminado el proceso de documentación de las muestras, se procederá a llevar a cabo los cortes pertinentes en las mismas, con interés de extraer las submuestras necesarias tanto para la elaboración de las secciones delgadas, como muestras de geoquímica, y pieza de repositorio. Siempre ha de quedar un fragmento en el repositorio del laboratorio, etiquetado y perfectamente conservado para garantizar su durabilidad.
El proceso de elaboración de la sección delgada tarda generalmente entre 10 y 15 días. En ocasiones suele ser algo más largo, ya que el proceso es bastante preciso y generalmente hay bastantes muestras en cola. Después llega el análisis petrográfico, a lo que se dedica uno o dos días en semana, ya que las labores de documentación, interpretación de datos, comunicación a los clientes, promoción, etc… es lo que más tiempo consume.
Si la muestra se considera adecuada para su clasificación oficial, o si así lo ha solicitado el cliente, se procederá a la extracción del espécimen tipo y su derivación para llevar a cabo los análisis geoquímicos oportunos. Este proceso es el más largo, ya que si no hay una necesidad de urgencia, el proceso puede tardar no menos de 2 meses.
Una clasificación oficial puede lograrse en unos 3 meses, aunque es frecuente que se tarde bastante más, ya que este proceso no depende solo de los investigadores, sino de un comité que evalúa los datos entregados y decide si son correctos, hay que corregir algo, o si simplemente, no son válidos.
Las comunicaciones entre el laboratorio, los clientes y sus socios son cruciales, ya que de ellas depende el buen desarrollo del trabajo.
Y al mismo tiempo este desarrollo, como se ha comentado, tiene sus tiempos. He viajado muchas veces al Sahara, y doy fe que en el desierto, parece que el tiempo se detiene, pero cuando hablamos de meteoritos, un segundo es una eternidad, y es que no es raro que los clientes presionen o intervengan a menudo en interés de tener los resultados de un día para otro. Sin embargo, el laboratorio marca sus propios tiempos, y somos los demás quienes debemos adaptarnos al desarrollo y la carga de trabajo existente.
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