Antes de entrar de lleno en el texto del artículo creo de rigor comentar que este no era el tema previsto para esta entrega, pero como quiera que quienes nos dedicamos al trabajo de identificar meteoritos nos vemos sometidos a algunas cuestiones no menos desagradables, creo que es buen momento abordarlo ya, y aprovechar la ocasión para hacer un llamamiento a la cordura.
Son consciente de que a la inmensa mayoría de las personas no nos gusta que nos den un no por respuesta, sobre todo cuando tenemos o queremos tener el convencimiento de que nuestro requerimiento es correcto. Y no podemos olvidar que la frustración con frecuencia lleva al odio, a la ira y a sentimientos encontrados que pueden terminar en palabras mayores si no se corta de raíz desde el primer momento. Por este motivo he querido titular este artículo “La gestión de un No”
Puede parecer una frase sin sentido, pero les explicaré brevemente su significado, y la van a entender todos a la perfección.
¿Alguna vez han tenido esa desagradable sensación de que padecen alguna enfermedad o problema, y que necesita urgentemente ir al médico para que les diga algo, pero no se atreven porque tampoco quieren que les diga que pueden tener algún problema de salud grave?
Pues en esa estamos. Muchos coleccionistas y aficionados al mundo de los meteoritos, después de algún tiempo coleccionando y comprando ejemplares, llega un momento en que toma la decisión de salir al campo a buscarlos. Después de todo, si otros los encuentran, ¿por qué no iba a hacerlo yo, verdad?
Hasta aquí todo va bien, es emocionante, y no se piensa en otra cosa que en organizar bien el tiempo de trabajo, para que el fin de semana pueda dedicarlo a salir al campo a buscar meteoritos. Preparo la mochila, saco mis billetes de avión, si finalmente decido dar un salto al desierto, donde las probabilidades de hallazgo son mayores, y me emociono pensando encontrar el tesoro del siglo, antes incluso de haber salido a la búsqueda.
De repente, los días pasan, y llegamos a la zona donde hemos decidido, por alguna razón que desconocemos, que ahí pueden haber meteoritos. Para algunos es la playa, para otros el meandro de un río, para otros, en fin, un desierto o zona árida. Da igual, estamos ahí porque “algo en mi interior” me dice que busque ahí. Y como no tengo otro consejo mejor, voy a buscar ahí.
De repente, una roca llama nuestra atención sobre el terreno. Pues no sé, igual porque es más oscura, o simplemente porque parece que todas a su alrededor son diferentes, sin siquiera pensar que aquello es un meando fluvial, una zona de depósito de aluviones.
El caso es que aquella roca, por alguna razón que nuestra experiencia no asiste, parece tener una finísima capa que parece costra de fusión. O simplemente, porque esas inclusiones blancas las he visto en fotos de rocas lunares. Aquello, sin duda, es sospechoso de ser algo muy valioso. Lo preparo, lo protejo bien, anoto todo lo que se me ocurre, y lo guardo para mi regreso a casa.
La vuelta al hogar se torna emocionante, porque creemos tener el tesoro del siglo. Ahora bien, somos conscientes de que debe pasar por un proceso de laboratorio para tener la confirmación real de que es una roca del espacio. Pero… ¿y si no lo es?
Bueno, ¿por qué no iba a serlo? Si es igualita a aquellas rocas grises y blancas que proceden de la Luna, o a aquellas rocas marrones que son condritas. Tiene que serlo, me digo, intentando convencerme que mi roca es un tesoro. Pero claro, no me atrevo a que me digan que no lo es. No sé cómo puedo reaccionar, si es que hay posibilidad de reacción.
El caso es que a nadie después de haber invertido tanta ilusión y recursos le gusta que le digan que lo que tiene no es nada de interés, ni siquiera que tenga algún valor. Es frustrante, pero la verdad debe prevalecer, si quiero que mi colección siga teniendo credibilidad.
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