8 de julio de 1811. España se encontraba en época de contiendas, en las que la artillería era la banda sonora diaria de la población. Los ejércitos de Napoleón Bonaparte ocupaban parte del país.
Aquel día, los habitantes de Berlanga de Roa, una pedanía de la provincia de Burgos, volvieron a escuchar otro cañonazo, que resultó no ser tal.
Un bólido atravesó la atmósfera, ante la sorpresa de los testigos. Las tropas cambiaron la dirección de su marcha. Un objeto incandescente se había precipitado desde el cielo ante la sorpresa y la admiración de todos.
La roca fue recuperada, y adquirió el nombre de Berlanguillas. Lo recuperó un grupo de labradores que no tardaron en ser visitados por José Bonaparte, hermano y enviado del alto mando que asombrado por el suceso, ordenó recuperar el fragmento de cuerpo celeste, arrebatándoselo a quienes lo encontraron.
El meteorito Berlanguillas fue enviado y almacenado en el Museo de Historia Natural de París, donde en la actualidad continúa conservado el fragmento mayor, habiendo sido donado el más pequeño al observatorio del Vaticano, donde en la actualidad continúa siendo conservado.
El museo de Historia Natural de París era una institución puntera en la época, y qué mejor sitio para estudiar aquel cuerpo y tener un conocimiento de lo que había sucedido aquel día.
Era una época en la que recientemente se estrenaba la meteorítica. En 1803 después de no pocas controversias, el célebre naturalista francés Jean Baptiste Biot declaró que los postulados de su predecesor Erns Friederich Cladny sobre la caída de rocas del cielo, eran correctos. Los meteoritos estaban entrando en las academias de ciencias del mundo.
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