¿Alguna vez se han preguntado por qué los meteoritos son rocas tan valiosas y por qué los coleccionistas llegan a pagar auténticas fortunas por sus fragmentos?
Si una bonita tarde diéramos un paseo por las céntricas calles comerciales de una gran ciudad, no tardaríamos en encontrar joyerías en cuyos escaparates lucirían preciosas piezas elaboradas de gemas talladas y nobles metales. Es la naturaleza humana que nos sorprendamos ante tamañas obras de arte y su belleza.
Pero este curioso sentimiento de atracción que las joyas ejercen sobre nosotros va más allá. En las antiguas civilizaciones las gemas talladas, brillantes y bellas, y los artículos de orfebrería eran parte de las ofrendas a los dioses que los devotos hacían en sus templos y lugares de culto. Se entendía que solo la divinidad era digna de la nobleza del oro, la plata y las piedras preciosas.
Sin embargo la consideración de nobleza para tales metales y pedrería habría que buscarla en sus características. El oro no destaca por su dureza, la plata menos aún. Pero en ambos casos son metales nativos raros, brillantes y de extrema belleza. Las gemas y piedras preciosas por su parte, además de tener la consideración de minerales raros en muchos casos, su principal característica es la dureza, el brillo y el color.
Los diamantes gozan de ser los minerales más duros de la naturaleza, y por supuesto también son gemas raras, formadas en las entrañas del manto terrestre, desde donde afloran en las minas y depósitos. Famosas son las minas de diamante de Sudáfrica, entre otras.
Grandes depósitos auríferos se conocen en las Montañas Rocosas y África Central y del Sur. Pero todos estos materiales tienen un nexo común; su rareza. Y eso los hace valiosos.
En el caso de los meteoritos, su valor radica también en esta característica. Son rocas, simples rocas, compuestas en su mayor parte de silicatos, hierro y poco más que destaque, sin embargo, con un origen extraplanetario, su rareza está más que garantizada.
Y además, el hecho de que los meteoritos se identifiquen por su caída concreta (caída o hallazgo, entiéndase), los convierte en piezas de colección de masa concreta. Cayó esa vez, cayó ese meteorito, no hubo más, ni habrá más, es el que hay, y quien quiera un fragmento, pagará su precio más elevado en el momento oportuno.
Aquí radica el mundo de los meteoritos desde los ojos de los coleccionistas. Son rarezas del espacio, unas sencillas, otras extraordinariamente bellas, pero todas ellas con un común origen que es el Sistema Solar, y concretamente regiones de fuera de nuestro planeta, y todos ellos cargados de secretos que hacen las delicias de los científicos.
Adentrarse en el coleccionismo de meteoritos es una aventura en la que muchos no escatiman recursos, seguros como estamos de que invertir en meteoritos es invertir en un valor seguro.
Y en esa caza de valor, en el interés de hacer negocio es donde muchos estafadores se ocultan, tratando de vender rocas sin valor, sobre todo en redes sociales, donde se sienten libres de atacar, menospreciar y ultrajar a quienes pongan de relieve que sus rocas no son meteoritos, creyendo que en las redes gozan de impunidad judicial, nada más lejos de la realidad.
Por ello, no podemos menos que recomendar esta afición e invitar a los lectores a visitar su tienda de confianza, en un negocio donde cada vez más quieren hacer su agosto sin la menor garantía de autenticidad.
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