El pasado 2 de noviembre la revista Geology publicaba un artículo que despertó el interés de gran parte de la comunidad científica. Se daba una posible explicación al hallazgo de los materiales fundidos que se venían descubriendo en la Pampa del Tamarugal (Atacama), desde 2008.
Un equipo de científicos formado por Nicolás Blanco, Andrew Tomlinson (ambos del Servicio Nacional de Geología y Minería de Chile, Sernageomin), Peter Schultz, Scott Harris y Sebastián Perroud han llegado a una sorprendente conclusión después de haber analizado esos fragmentos vítreos que les recordaron mucho a los vistos en el desierto de Alamogordo tras las pruebas nucleares del programa Manhattan en 1945.
Hace 11.000 años, la entrada de un cometa en la atmósfera terrestre produjo una explosión tan violenta que arrojó sobre la zona un chorro de calor de más de 1700 grados entre vientos huracanados que afectaron profundamente la biodiversidad y la geología del lugar. Aquel evento podría tener un símil con el ocurrido en Tunguska en 1908.
Los extensos campos de vidrios de encuentran ocupando una franja de terreno de unos 70 kilómetros de extensión en la pampa chilena, y se trata de formaciones rocosas con cristales datados del pleistoceno superior, por lo que su antigüedad mínima supera los 10.500 años.
Para los geólogos, la roca es una escoria fundida, con nulo valor económico para la industria, al tratarse de un vidrio verdoso sin contenidos de valor ni belleza particular. Tan solo la presencia de esos cristales fundidos en la masa le aporta la característica especial que tienen.
Por su parte, Alejandro Cecioni, subdirector Nacional de Geología del Sernageomin, declaró que este descubrimiento no es muy usual, y que aunque es más fácil de ver en regiones áridas de Sáhara o Australia, en zonas cubiertas con vegetación y húmedas, como era el caso, hacen del suceso algo de especial interés para la ciencia.
Tras su descubrimiento en 2008, los geólogos se preguntaban sobre la formación de aquellos vidrios, ya que la teoría de impacto asteroidal no encajaba en el entorno. No había cráteres, como era el caso de otras regiones donde grandes asteroides habían marcado la superficie terrestre, por lo que la explicación debía buscarse en otra teoría que implicara una fuente de calor suficiente para fundir el material, sin dejar rastro de su existencia.
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