Cometas y meteoritos eran interpretados en la Edad Antigua como fenómenos sagrados producidos por los dioses, incorporándose a las teogonías de griegos y romanos.
Uno de los elementos sagrados más importantes era el llamado “Omphalos” de Delfos, famosa ciudad ubicada en el Golfo de Corinto por albergar el Oráculo en el templo dedicado al dios Apolo, y donde también se conservaba una famosa piedra sagrada –probablemente un meteorito-, que recibía el nombre de Ónfalo, y que era considerado como del centro del mundo según la tradición clásica.
El estudio de la iconografía de las monedas emitidas durante la antigüedad en las culturas griega y romana durante más de seis siglos, nos aporta una valiosa información acerca del mito de Apolo, la serpiente y la piedra sagrada o meteorito.
Entre la variada y rica iconografía que podemos ver en las antiguas emisiones monetarias de la época clásica en la antigüedad, encontramos la curiosa representación de un objeto con forma de dedal, unas veces rodeado por una serpiente y otras sirviendo como asiento al dios Apolo. Este elemento es en realidad una famosa “piedra sagrada” con una curiosa historia.
Una de las piedras sagradas más importantes en la cultura y mitología griega clásica es el “omphalos”, considerado como el centro del universo, y traduciendo la palabra del griego literalmente, “el ombligo” del mundo.
La historia de esta singular roca, se remonta a los tiempos en que el dios Cronos (el tiempo), hijo de Gea (la tierra) y Urano (el cielo), casado con su hermana Rea (la naturaleza), temiendo ser desplazado por uno de sus hijos, tal como le había ocurrido a su padre, devoraba todos los bebés que tenía su esposa Rea nada más nacer. Así se tragó a Hestia, futura diosa del hogar, Deméter, diosa del cultivo y los cereales, Hera, diosa del matrimonio, Hades, dios del reino de los muertos y Poseidón, dios de los mares. Todos ellos, al nacer, fueron devorados por Cronos, y nunca habrían podido reinar en el Olimpo de los Dioses, si Rea no hubiera urdido una trampa para engañar a su marido Cronos.
Cuando nació el último de sus hijos, Zeus, Rea lo salvó entregando a Cronos una piedra envuelta en pieles que éste rápidamente engulló (Fig. 2a). Rea ocultó a Zeus en una cueva del monte Ida (Creta) donde fue amamantado por la cabra Amaltea (Figs.2b, c).
Cuando Zeus se hizo mayor se enfrentó a su padre, y con la ayuda de la diosa Metis (la prudencia) le suministró una bebida vomitiva para liberar a todos sus hermanos. Lo primero que Cronos arrojó, fue la piedra que se había tragado en lugar de Zeus, llamada ὀμφαλός «Omphalos», u “ombligo”. Entonces Zeus ordenó a dos águilas que volaran desde dos puntos opuestos del Universo, y en el lugar donde las águilas se encontraron (en Delfos), colocó el ónfalo, marcando en este punto el centro del mundo.
Se conocen hasta veinticinco ubicaciones geográficas diferentes que albergaron diferentes ónfalos: cinco en Francia e Irlanda, cuatro en Asia Menor y Judea, una en Creta y doce en Grecia, siendo las más importantes: Delfos, Fliunte, Argos, Atenas y Egina. De todos ellos, el más conocido (y representado en las monedas) es similar al descubierto en el siglo XIX en el recinto sagrado de Delfos dedicado a Apolo, en realidad una copia romana que presenta una red tallada en relieve que lo recubre (Fig. 3a). La proliferación de estas piedras sagradas en diferentes ubicaciones, se justifica por la necesidad que tenían los templos de las distintas ciudades de la Antigüedad Clásica, de poseer elementos sagrados que atrajeran a peregrinos y fieles, de la misma forma que durante la Edad Media, abadías, monasterios y catedrales competían por la posesión de reliquias sagradas que fueran capaces de convocar a gran cantidad de fieles, que al final eran los que contribuían con sus dádivas al mantenimiento de los lugares sagrados de peregrinación.
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