Todavía muchos de nuestros mayores recuerdan la gran hazaña vivida en 1969, cuando el primer hombre plantó su huella en el regolito lunar.
En plena guerra fría entre EE.UU. y Rusia, la carrera espacial se perfiló como una de las principales hazañas en la que ambas naciones invertirían una ingente cantidad de recursos económicos. Después de todo si son capaces de manifestar una supremacía en el espacio, ninguna nación del mundo dudaría de su poder.
Sin embargo la comunidad científica internacional tenía puesta su mirada en otro propósito, ya que aquellos viajes tripulados al satélite de la tierra traerían consigo un legado que marcaría un hito en la historia de la humanidad.
Todos conocemos en mayor o menor detalle los pormenores de aquella carrera espacial. Todos hemos visto en algún momento la primera huella de los astronautas en la luna, marcada en el regolito para la eternidad. Muchos de nosotros incluso en algún momento de nuestras vidas hemos podido contemplar fragmentos de aquellos más de 380 kilos de rocas recuperados en la superficie lunar, y traídos a nuestro planeta.
Ha pasado medio siglo desde aquella hazaña, aún estamos celebrando el 50 aniversario de la misma. Lo que pocas personas conocen es que apenas el 17 % que todas aquellas rocas traídas han sido analizadas en mayor o menor medida. Todas ellas se conservaron en una atmósfera inerte con el interés de que no se degradaran, y tan sólo una pequeña cantidad de las mismas ha podido ser analizada. La inmensa mayoría de las muestras lunares recuperadas todavía se conservan tal cual fueron traídas.
El hecho de que esto ocurra responde inevitablemente a un factor, la conservación de las muestras. Sólo de esta manera se pretendía conservar parte del material para que pudiera ser analizado en el futuro, en el momento en que fueran descubiertas nuevas técnicas analíticas que permitieran descubrir sus secretos.
Pero aquel legado maravilloso de muestras geológicas permitió a los científicos identificar un pequeño grupo de meteoritos que hasta la fecha permanecían archivados en los laboratorios como acondritas anómalas. La mera composición de aquellas rocas hacía intuir a los científicos que su origen no era asteroidal sino planetario.
Se trataba de materiales magmáticamente diferenciados por lo tanto su origen debía ser planetario. Lo que pocos o ninguno intuían es que aquellas rocas tuvieran un origen lunar.
Fue con la recuperación de las muestras sobre la superficie del satélite que se pudo identificar aquel curioso grupo de meteoritos. Aquí comenzó la era de los meteoritos lunares. Por aquel entonces ya se habían recuperado algunos en la Antártida. Poco tiempo después se recuperaron nuevos meteoritos lunares en los desiertos cálidos del planeta: Australia, Sahara, etc.
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