Vivimos tiempos convulsos. Llevamos un año batallando contra algo que, aunque nos empeñamos en negarlo, está cambiando los hábitos de la sociedad actual. No tenemos que retrotraernos al siglo XIV o a mediados del siglo XX para rememorar pandemias. Estamos viviendo una de ellas. El pasado 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud declaró el inicio de una pandemia, cuya fecha de origen se remontaba al primero de diciembre de 2019. Más de un año desde el inicio de una epidemia global que lleva afectados a casi 60 millones de habitantes del mundo (a fecha de últimos de diciembre de 2020) y hasta 1.8 millones de fallecidos. La esperanza en las vacunas viene de la mano de las nuevas tecnologías.
El mundo ha cambiado. Las gentes han cambiado. Las relaciones sociales han cambiado. La economía mundial se tambalea mientras países de todo el mundo cierran sus fronteras y confinan a parte de sus poblaciones con la mayor incidencia de contagios. La enfermedad COVID-19, causada por el coronavirus SARS-CoV-2 se extiende a pasos alarmantes, multiplicando exponencialmente el número de víctimas.
No solo sufrimos la pérdida de nuestros seres queridos, sino que además no podemos despedirlos como se merecen. El alma de todos nosotros se conmueve y no encuentra descanso por tan desoladora pérdida, irreparable en forma y en tiempo. El dolor de las familias no encuentra sosiego. Y la crispación aumenta mientras aumenta también el número de negacionistas y de irresponsables que no hacen sino contribuir a la expansión de la enfermedad, sin mostrar el menor respeto ni empatía por las víctimas mortales y sus familiares.
Todas las pandemias que han asolado a la humanidad han contribuido a que las cosas cambien de alguna manera, y sin duda a fortalecer al ser humano y a promover el desarrollo científico. Esta pandemia que sufrimos también hará lo mismo, no me cabe la menor duda. Y la mayor revolución que ha producido ha sido la de implementar nuevas tecnologías en el desarrollo de vacunas y tratamientos contra las enfermedades. Por primera vez en la historia de la humanidad, Gobiernos, científicos, Instituciones médicas e Industrias se han unido en todo el mundo para conseguir, en tiempo récord, lo que nunca antes se había conseguido. Y lo estamos logrando. El ser humano se enfrenta a un nuevo y descomunal reto, del que saldrá airoso, no quepa la menor duda.
Desde el punto de vista clínico hemos estado recibiendo noticias y novedades de los avances, casi las 24 horas del día. Y aunque no nos demos cuenta, el resto de las ciencias también se han visto afectadas. Museos e Instituciones han visto reducidas si no suspendidas sus actividades. Pero en el trasfondo de la pandemia, una luz se ha mantenido encendida.
Quien estas líneas redacta se ha visto obligado a la toma de decisiones que de otra manera no hubiera sido posible hacer. Los fondos con los que contábamos han mermado, y nuestras actividades desde museo se han visto interrumpidas de forma indefinida. Sin embargo, las labores del laboratorio no han cesado. Las piezas de las colecciones de meteoritos seguían requiriendo cuidados y mantenimientos, las muestras seguían llegando para su análisis, y los procesos de preparación de muestras y secciones de investigación no se han detenido. La labor en el laboratorio no ha cesado y lejos de cesar, me he visto envuelto en un rol de 10 a 12 horas diarias de estudio, trabajo e investigación. Y esto es sin duda, germen que la pandemia no ha matado.
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